La Anemia Infecciosa Equina (AIE), también conocida como 'enfermedad de Carré' o 'fiebre de los pantanos', es una entidad patológica de origen viral que afecta a los équidos, siendo de rara presentación en mulares, asnales y caballos salvajes.

De amplia distribución en el mundo fue denunciada por primera vez en Francia en el año 1843, habiéndose considerado como causa de la enfermedad las malas condiciones higiénicas. Años más tarde (1859) se descubre su naturaleza contagiosa, lo cual fue corroborado posteriormente en numerosas publicaciones realizadas en diversos países como Francia, Suiza, Alemania, Japón, EE.UU. de Norteamérica y Canadá.

Fueron Carré y Vallé (1904) dos investigadores franceses, quienes resuelven la mayoría de las incógnitas existentes en esa época, como era la naturaleza del agente virulento y su poder infectante; las formas de contagio y las medidas profilácticas que se debían aplicar para controlar la enfermedad. Son estos autores quienes proponen por primera vez como agente causal a un agente filtrable e invisible.

La enfermedad se presenta en forma aguda y subaguda en caballos susceptibles (no expuestos con anterioridad al virus AIE), sin embargo, su curso más frecuente es el crónico. Diversos investigadores consideran además, el estado de 'infección inaparente' en el cual los caballos son clinicamente normales, pero al mismo tiempo son portadores del virus AIE y presentan anticuerpos específicos en su sangre.

La morbilidad y mortalidad de la AIE es variable, dependiendo de la cepa del virus, manejo y susceptibilidad de los animales expuestos. La edad es un factor importante, ya que los individuos más jóvenes son los más susceptibles.

1.1.- Etiología

A pesar que ya en el año 1904 se sabía que el agente etiológico era infeccioso y filtrable, su caracterización ha sido más lenta que la de otros virus animales, debido a la falta de un método adecuado para su ensayo in vitro. Gracias al desarrollo de técnicas de cultivo en leucocitos de equino in vitro, ha sido posible avanzar en su estudio, existiendo aún numerosas interrogantes sobre su clasificación y caracterización.

En la actualidad, se clasifica al virus como perteneciente a la familia Retroviridae, semejándose por su ultraestructura a los miembros del género Lentivirus. Aún cuando su ácido nucleico principal es el ARN su propagación es dependiente del ADN.

En cuanto a alguna de sus características fisicoquímicas, se ha comprobado que es diez veces más resistente a la radiación ultravioleta que otros virus animales. Es sensible a la acción del éter lo que indica que su envoltura externa es rica en lípidos; es inestable a pH ácido o alcalino y se inactiva a 56° C por 60 minutos. Puede persistir por varios meses a temperatura ambiente en orina, fecas, sangre seca y suero. Diversos estudios muestran que el virus AIE es inactivado al ser tratado con desinfectantes químicos como el hidóxido de sodio, hipoclorito de sodio y compuestos fenólicos.

1.2.- Presentación Clínica

El período de incubación en la infección natural varía entre 1 a 4 semanas, dependiendo ello en parte de las defensas del animal, virulencia del virus y factores ambientales y de manejo.

Generalmente, cuando un animal es expuesto por primera vez a la acción del virus AIE, cursa la enfermedad en forma aguda debido a una replicación masiva del virus. Los signos más característicos observados son fiebre alta intermitente (40-41º C), debilidad marcada, mucosa pálidas o ictéricas, depresión del sensorio, cabeza rígida extendida y en algunos casos petequias hemorrágicas en mucosa lingual y -conjuntiva. Los edemas de declive son frecuentes en abdomen, prepucio y extremidades. En algunos casos es posible observar pulso yugular, descarga nasal­sanguinolenta y diarrea fétida. En el inicio de la sintomatología, los caballos no presentan anticuerpos específicos en el suero, debido a que su sistema inmunológico no ha tenido el tiempo suficiente para responder a los antígenos virales.

Los caballos enfermos pueden presentar una recuperación temporal a tiempos variables (3 días a 3 semanas), no obstante algunos pueden sucumbir en un lapso de 10 al 14 días.

Los signos clásicos de la enfermedad, como pérdida de peso, anemia y edema, son observados más frecuentemente al producirse ciclos recurrentes en intervalos de aproximadamente 15 días (formas sub-aguda), siendo éstos de una ocurrencia menor en los casos crónicos. Tanto en las formas sub aguda como crónicas los animales presentan anticuerpos específicos para el virus AIE.

En caballos con curso crónico de la enfermedad ha sido posible inducir su agudización con la administración de corticoesteroides, sugiriendo con ello que severos cambios en el manejo o las condiciones ambientales, pueden determinar condiciones estresantes que inducirían la aparición de la enfermedad.

1.3.- Patogenia y Patología Clínica

En infecciones experimentales se ha observado que el virus puede ser detectado en la sangre entre 2 a 5 días post infección y que en cambio la reacción febril sólo se manifiesta entre los 10 a 24 días. El virus se localiza en diferentes órganos y tejidos como bazo, hígado, riñón, nódulos linfáticos y médula ósea; encontrándose en gran cantidad en la sangre durante los períodos febriles y disminuyendo en los períodos asintomáticos. Según algunos autores, la multiplicación del virus en el organismo se realizaría en los macrófagos y probablemente en otras células aún no determinadas.

El virus AIE provoca daño de la íntima de los pequeños vasos sanguíneos, compromiso del sistema retículo endotelial y una marcada destrucción de eritrocitos (anemia). Esta hemólisis es intra y extra vascular y se caracteriza por un acortamiento de la vida media de estas células. Así tenemos, que si la vida media normal del eritrocito va de 119 a 153 días, en el caballo con infección inaparente es de 89 a 113 días y de sólo 28 a 87 días en los caballos con anemia infecciosa aguda. El origen de la anemia aún no ha sido dilucidado, no obstante considerando que el virus AIE posee hemoaglutininas, este podría unirse a los eritrocitos permitiendo con ello la acción de anticuerpos específicos y formación de complejos inmunes que atraerían el complemento favo­reciendo con ello la fagocitosis de los eritrocitos. Evidencias experimentales sugieren además, que el acortamiento de la vida media de los eritrocitos podría ser el resultado de una alteración de su metabolismo.

A pesar que las variaciones hemáticas no son patonogmónicas de la enfermedad, son de gran utilidad en el diagnóstico clínico de la misma. Así tenemos que además de la anemia que es normocítica - normocrómica, es posible observar un descenso en el número de plaquetas coincidente con el período febril. Los leucocitos en el período de crisis generalmente se presentan disminuidos (leucopenia), acompañados de una linfocitosis relativa y en la mayoría de los casos con monocitosis absoluta.

Derivado de las crisis hemolítica, se produce un aumento de la bilirrubinemia (ictericia) y la aparición en sangre de sideroleucocitos, cuya determinación ha sido utilizada por largo tiempo en el diagnóstico clínico de la enfermedad.

Las lesiones renales que se producen en la enfermedad (nefritis Intersticial) provocan la pérdida de aIbúmina por la orina (albuminuria), lo que junto al compromiso hepático existente determinan una baja de la albúmina sanguínea. Ello, unido a un aumento de las gama globulinas (anticuerpos precipitantes IgG) resultan en una disminución de la relación albúmina globulinas de la sangre, variación que es característica de la enfermedad.

Estudios experimentales han demostrado que en el curso agudo de la AIE hay un aumento progresivo de la actividad colinesterásica del suero, lo que no se observa en otros tipos de anemia en el caballo y por lo cual su determinación es de utilidad en el diagnóstico diferencial.

1.4.- Lesiones anátomo e histopatológicas

Al examen general, aquellos animales que cursaron la enfermedad en forma crónica presentan un estado general bueno, en cambio, en las formas agudas y subagudas se observa emaciación.

En los casos agudos es común observar edema subcutáneo, ictericia, y hemorragias petequiales y equimóticas en las subserosas. Espleno­megalia, hepatomegalia y linfoadenopatías en estos órganos son alteraciones marcadas y frecuentes. Los riñones se presentan edematizados y los intestinos muestran hemorragias petequiales en las paredes y sub-mucosas.

La médula ósea en los cuadros agudos se presenta Ictérica, con pequeños focos hemopoyéticos, en cambio, en las formas crónicas la hemopoyesis es difusa y acentuada.

Según autores brasileños, lesiones de neumonía, edematización y hemorragias petequiales en corazón son frecuentes.

El estudio histológico de los órganos afectados, entrega una carac­terística común para todos ellos, que es una hemosiderosis en grado variable. Por otra parte, el bazo presenta hiperplasia de los folículos linfoides al igual que los ganglios linfáticos. En hígado se observa una hepatitis difusa con hiperplasia de las células de Kupher y nódulos linfohistiocitaríos. Los riñones presentan glomérulos con acentuada hiper­plasia de las células endoteliales e infiltraciones línfohistiocitarias periglomerulares. La médula ósea presenta metaplasia mioloide y el corazón degeneración albuminoidea de las fibras cardíacas y focos de hemorragia insterticial.

Cabe destacar, que la concentración del virus en órganos como bazo, hígado, médula ósea y nódulos linfáticos abdominales es alta.

1.5.- Transmisión

La localización del virus en un animal enfermo depende fundamentalmente de la etapa o estado de la enfermedad. Durante la crisis o período febril se sabe que la sangre es extremadamente virulenta, alcanzando valores de 106 dosis infectantes por sangre (titulaciones realizadas en cultivo de leucocitos de caballo).

Cabe destacar que el virus se hace presente en la sangre antes de la aparición de los síntomas, por lo cual este animal, epidemiologicamente hablando, es un peligro potencial como fuente de contagio. Posteriormente, a medida que disminuya la fiebre, la viremia baja en forma ostensible. Cuadro N° 1.

En el período de crisis, órganos como el bazo, hígado, ganglios linfáticos, pulmón, etc., son fuentes del virus alcanzando títulos de 104 - 106. Las secreciones y excresiones, por lo tanto, son en la mayoría de los casos fuentes del virus. Como ejemplo, tenemos el calostro y la leche, en forma más moderada también lo son las lágrimas, saliva y mucosidades nasales. Tanto la orina como las fecas son, fuentes de muy bajo riesgo para la diseminación de la anemia infecciosa.

En el curso crónico de la enfermedad como también en los estados de infección inaparente, la viremia presenta títulos variable, pudiendo persistir por años y aún por toda la vida.

La transmisión natural del virus AIE ocurre por medio de artrópodos hematófagos. Entre estos, miembros de la familia Tabanidae son considerados los vectores más importantes ya que sus piezas bucales transportan mecanicamente un volumen de sangre mayor que otros insectos.

Además, por ser su picadura más dolorosa la gran mayoría de ellos deben suspender su alimentación y terminarla en otro animal (estudios experimentales muestran que la transmisión mecánica fue positiva al utilizar tábanos que habían sido alimentados en un animal enfermo 30 minutos antes, pero ello no resultó cuando éstos habían sido ali­mentado 4 horas antes).

La transmisión por artrópodos es mecánica, ya que aparentemente el virus no se multiplica en el organismo del insecto, sin embargo, existe una comunicación en que se sugiere que el virus AIE se replicaría en cultivos de células ováricas del Culex pipiens quinquefasciatus.

La transmisión mecánica también puede ocurrir a través de instrumental contaminado con sangre o productos de la misma.

El virus AIE aparentemente puede traspasar la barrera placentaria Infectando al feto. Esto ocurre principalmente cuando las yeguas preñadas cursan en forma aguda la enfermedad. La respuesta fetal en estos casos es variable pudiendo ocurrir aborto, o bien nacer el potrillo por­tando el virus y en algunos casos siendo serológicamente positivo.

Se desconoce la importancia que tendría la transmisión por contacto, aún cuando se sabe que el virus AIE es capaz de atravesar la mucosa oral, nasal y aún la piel intacta. Lo mismo ocurre con la posible transmisión durante el apareo, de la cual no existen antecedentes claros.

1.6.- Diagnóstico

El diagnóstico de la anemia infecciosa en el animal enfermo (fase aguda) se realiza en base a los exámenes clínico, clínico-patológico y hallazgos de necropsia en el caso que el animal muera. Estos deben realizarse en forma seriada a objeto de determinar la intermitencia de la fiebre, grado de la anemia y la debilidad progresiva. Son de ayuda en el diagnóstico, la determinación de sideroleucocitos en sangre (>1-4 en 10.000 leucocitos) ya que se observan en el 96% de los caballos enfermos 1 a 4 días después de la fiebre (Fig. l); el aumento de las gama globulinas con descenso de la relación albúmina-globulina y la presencia de leucopenia al hemograma.

Si a pesar de todos estos exámenes persisten dudas sobre su diagnóstico, se debe recurrir a la inoculación experimental, ya que generalmente en esta etapa de la enfermedad las pruebas serológicas son negativas. La inoculación experimental de caballos suceptibles con sangre de caballos sospechosos para detectar la presencia del virus en estos últimos, sigue siendo en la actualidad el método más sensible, pero es un método oneroso y requiere de tiempo.

El diagnóstico de la anemia infecciosa en su curso crónico y en los estados de infección inaparente se realiza por métodos serológicos, siendo los más utilizados: inmunodifusión en gel de agar (ID); fijación del complemento (FC); inhibición de la hemoaglutinación (HA) y seroneutralización (SN).

En infecciones experimentales se ha observado que los anticuerpos específicos son detectables entre 14 a 42 días después de la inoculación. De éstos, los anticuerpos determinados por inmunodifusión en gel de agar son los primeros en aparecer y persisten por largo tiempo. La prueba de fijación de complemento sólo permite la detección por un corto período, en cambio si ella se realiza conjuntamente con la prueba de inhibición de la FC, ella se extiende en el tiempo. Los anticuerpos medidos por suero neutralización parecen ser específicos para la cepa viral, persistiendo a niveles variables (Cuadro 1). La inmunofluorescencia directa y el radioinmunoensayo son otros de los métodos utilizados, y a pesar de que son más sensibles que la ID parecen ser menos específicos.

Cuadro 1. Representación esquemática de la respuesta de un equino a la infección con virus AIE.

El aumento de la temperatura corporal coincide con niveles altos de viremia, pudiendo ocurrir un recrudecimiento de la enfermedad periodicamente. Este segundo ataque resultaría de la acción de una cepa o tipo de virus diferente (V2) al que actuó originalmente (V1).

Los anticuerpos sanguíneos determinados por sero-neutralización viral (SN) muestran una especificidad para la cepa o tipo de virus actuante y persisten en el tiempo a títulos variables. La determinación de anticuerpos por la prueba de fijación del complemento (FC) demuestra que éstos aparacen tempranamente pero decaen rápidamente, en cambio los anticuerpos detectados por la prueba de inmunodifusión en gel de agar (ID) persisten por largo tiempo.

Los sideroleucocitos son observados en un mayor porcentaje de animales enfermos de 1 a 4 días después de la crisis febril, disminu­yendo su frecuencia en los animales con AIE crónica.

La confección de este gráfico se realizó en base a antecedentes entregados por: Nakajima, Hideo (1974 a, b) e Issel and Coggins (1979).

De todos los métodos antes mencionados, es la ID en gel de agar la prueba de mayor utilidad en el diagnóstico de la enfermedad, por su precisión y seguridad en la detección de anticuerpo en contra del virus AIE. Debido a que el método no detecta la presencia del virus en ausencia de anticuerpos específicos y que además no diferencia los anticuerpos calostrales de los producidos por infección en el potrillo, se recomienda su aplicación a intervalos apropiados.

El antígeno utilizado en la prueba de ID, es una proteína de un peso molecular que va entre 25.000 a 29.000 daltons y se obtiene de virus cultivado en leucocitos de caballo in vitro, o bien a partir de bazo de caballos infectados experimentalmente con el virus AIE.

1.7.- Tratamiento y control

No existe un tratamiento específico que permita eliminar el virus AIE. La terapia debe ser sintomática, orientada a favorecer la recupe­ración de la serie roja y acompañada de descanso y cuidados.

Debido a que la diseminación de la enfermedad requiere de ciertas condiciones ya mencionadas, es posible realizar su control y aún su erradicación. Para ello se deberá considerar el sacrificio de los caballos enfermos y los serológicamente positivos (infección inaparente) debido a que son portadores dél virus. Controlar el movimiento de todo animal sospechoso o positivo. En áreas donde existan casos clínicos agudos, deberán controlarse además los insectos picadores, extremar el cuidado con todo tipo de instrumental que entre en contacto con animales enfermos (esterilización) y realizar en forma frecuente el aseo y desinfección do las pesebreras.

1.8.- Comentarios

Recientemente (Noviembre 1980) la AIE fue diagnosticada por pri­mera vez en Chile, en la Clínica Veterinaria del Club Hípico de Santiago en caballos FS estabulados en ese Hipódromo. Estos equinos presentaron los signos clínicos y hematológicos clásicos de la forma aguda y sub aguda, reaccionando con posterioridad en forma positiva a la prueba serológica de ID para la AIE (2 exámenes realizados por el Instituto de Zoonosis e Investigación Pecuaria del Ministerio de Salud, Lima, Perú).

En la actualidad el Servicio Agrícola y Ganadero a través de su División de Protección Pecuaria, se encuentra abocado a un estudio prospectivo de la enfermedad a lo largo del país, a objeto de conocer su distribución y poder aplicar las medidas para su control y si ello fuero posible su erradicación.

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