INTRODUCCIÓN

La vida es un sistema dinámico en el que tienen lugar continuos intercambios entre el organismo y su ambiente, siendo este cáracter dinámico el que determina el fisiologismo de los seres vivos.

La adaptación y habituación han hecho y siguen haciendo posible la vida en los distintos ambientes. En relación con ello es notable que la cabra se considere un animal con un espectro extremadamente amplio de adaptación a los diversos habitats, apareciendo desde el bosque tropical al desierto, a veces en medios tan difíciles que constituye para el hombre la única fuente de leche, carne y pieles.

De una manera general, la distribución de una especie sobre la tierra es índice del grado de su adaptación y habituación. Desde el comienzo de la domesticación de la cabra se han ido desarrollando distintas razas al adaptarse a diferentes condiciones, razas que constituyen hoy una de las mayores riquezas agrarias de muchos países, existiendo en el mundo unos 410 millones de los cuales el 79% se encuentran en los trópicos y sub­trópicos (Devendra y Coop, 1982). Su aportación como fuente económica, como animal productor de carne y leche es hoy sumamente importante en la India, Oriente Medio, Norte de Africa, cuenca mediterránea y en algunos países de América. Coexiste con la oveja en muchas de las zonas habitadas por esta especie y vive en los lugares climatológicamente más extremados, resultando más activa y hábil en cuanto a conseguir alimento. Su rango ecológico se extiende desde las zonas lluviosas tropicales hasta los desiertos, incluso en los países más accidentados, y presentan a todas luces una mejor adaptación, si nos referimos a situaciones más extremas, en los climas calurosos y secos, que cualquier otra especie doméstica.

En Chile la población caprina asciende a 1.134.516 animales, concentrándose el 50,33% en la IV Región (INE, 1982), considerada como un ecosistema pastoral de la zona mediterránea árida de Chile, situación similar a la de Andalucía Oriental de España. El caprino es un animal muy importante en la IV Región pues constituye la principal fuente de sustento del 52% de la población rural y aporta el 42% del valor total de la producción agropecuaria de las comunidades agrícolas (Cosio y Demanet, 1984).

RESPUESTA DE LA CABRA AL FRÍO

Es evidente que la cabra es sensible al frío (Jessen, 1977), empezando a tiritar cuando se la coloca a –5ºC. Mount (1979) nos indica que algunas razas, como de Angora en Texas, son sensibles sobre todo al viento frío y húmedo, que llega a causar grandes pérdidas. Otra respuesta clara de esta sensibilidad es la de un mayor consumo de oxígeno, con el aumento de la tasa metabólica y consiguiente producción de calor, para hacer frente a las bajas temperaturas (Krog y Monson, 1954).

Ferrando (1983), nos indica la importancia del flujo sanguíneo y linfático de la ubre por cuanto no sólo proporciona el oxígeno para la metabolización y el correspondiente retiro del anhídrido carbónico sino que aporta también los precursores de aquellos ma­cronutrientes que conforman habitualmente la leche. Cuando la cabra lechera se expone al frío que hace subir su consumo de oxígeno en un 46%, el flujo sanguíneo mamario se reduce y con ello la producción de leche sobre un 40% (Thompson y Thomson, 1977). Esta reducción en la producción de leche a bajas temperaturas resulta bastante general, dándose incluso en individuos de la raza Saanen usados muchas veces para la mejora de otras razas indígenas; colocados estos a 1ºC se le origina un stress que motiva un aumento en su consumo de oxígeno y una disminución en la producción de leche en un 20% (Clarke y col. 1976). Investigaciones recientes han demostrado como esta reducción en la producción de leche en el stress térmico por frío, parece deberse a una reducción en la toma de glucosa y síntesis de lactosa por la mama en tales circunstancias (Faulkner y col. 1980).

Otra respuesta característica al frío de esta especie, es la de un menor consumo de agua, pudiendo éste llegar a ser un cuarto del normal (Thompson y Thomson, 1977). Igualmente muestra una nula adaptación cuando se le ofrece agua helada (Guerrero, 1982).

Esta relación que de manera general indica una mala adaptación a los ambientes más fríos, como es lógico pensar, difiere en las diferentes razas. En estudios llevados a cabo con cabras Chamois coloured, Saanen y Tog­genburg, esta última pareció ser más resistente al frío,  -5ºC, así como al calor, 40ºC, quizás por el aislamiento que le confiere su pelo.

Sin embargo, todas ellas mostraron una disminución de 3 a 5ºC en la temperatura de su piel con la menor temperatura ensayada (Bianca y Kunz, 1978).

RESPUESTA DE LA CABRA A L AMBIENTE TÉRMICO CÁLIDO

Las investigaciones llevadas a cabo con el fin de conocer el comportamiento fisiológico de la cabra frente a un ambiente caluroso, y frente a las circunstancias que, muchas veces aquel origina, como la escasez de agua, van poniendo de manifiesto el buen grado de adaptación que esta especie presente frente a tales ambientes. Esta adaptación a ambientes cálidos es mejor cuando la humedad ambien­tal es baja (Gall, 1981).

Como ejemplo de adaptación podemos citar a la raza Jamnapari de India que pasta normalmente cuando la temperatura ambiente es de 47,8º C. Por otra parte razas como la Saanen aparecen como muy prolíficas en los trópicos y producen 1,9 cabritos por parto, record más alto que el obtenido para esta raza en Suiza (Hafez, 1968). Algunas razas de las zonas áridas y semiáridas del Este de África muestran una adaptación interesante en el escroto, dicha adaptación consiste en dos sacos que aumentan el área de superficie e incrementan la pérdida de calor en una parte del cuerpo que requiere un enfriamiento preferencial (Robertshaw, 1982).

La pérdida de calor por la evaporación de sudor juega un pequeño papel en este animal, existiendo evidencia clara de que suda menos que la oveja y muchos menos que el ganado vacuno. Sin embargo, bajo stress por calor de la mayor pérdida de agua la llevan a cabo de esta manera, siempre que la temperatura ambiental suba considerablemente (Maloiy y Taylor, 1971). Dawson y colaboradores (1975) observaron que la cabra usa­ba menos agua que la oveja para los procesos de su termorregulación. Además se ha obser­vado que tienen una producción de calor metabólico más bajo, menos susceptibilidad a la alcalosis respiratoria a frecuencias respi­ratorias altas y menos desórdenes metabólicos que el ovino y bovino. (Mc Dowell y Woodward, 1982).

Bajo las radiaciones solares, los animales aumentan la toma de calor, dependiendo esta captación, como indica Mount (1974), de las radiaciones que dejen pasar y de su capacidad de pérdida por convección. Desde la superficie caliente del animal el calor puede perderse en forma de radiaciones infrarrojas, siempre que el ambiente muestre una temperatura menor que la de aquel, y puede reflejarse desde las pieles blancas o brillantes, reduciéndole así su almacenamiento. Como protección contra la absorción de calor muchas cabras de los países cálidos tienen un pelo corto, fino, lustroso, que cae de plano sobre la piel y refleja una proporción considerable de calor incidente y refle­jado (French, 1970).

Esta pérdida por reflexiónes la que hace a las cabras tener una zona de termoneutralidad con un límite superior bastante elevado. Pese a ello en zonas como Andalucía (Espa­ña), los animales se afectan por el stress térmico estival, descendiendo sus producciones en los días con elevaciones extremas de la temperatura. Al objeto de evitar esta pérdida en la producción de leche, Varela y colaboradores (1960) ensayaron la utilización de la protoveratrina (alcaloide del Veratium albun, hipotermizante abdominal) en la alimentación de la cabra 'granadina' en los niveles de 5,7 y 10 mg animal y día, encontrando un efecto significativo del aditivo cuando se suministra a la dosis de 10 mg, tanto para la producción de leche como para su contenido en grasa.

BALANCE HÍDRICO

Según Hafez (1968), el bajo consumo y ex­creción de agua que presenta la cabra es el más importante signo de su adaptación a las condiciones áridas o desérticas. Así, distintos estudios realizados sobre la raza Barmer, que habita en el desierto de Rajasthan en la India, han demostrado su gran eficiencia en cuanto a la economía del agua en aquellas condiciones. Restringiendo la ingesta de este líquido a un cuarto de su valor normal se produce una disminución aguda en la tasa de filtración glomerular, hasta llegar a ser ésta un tercio del normal. Es opinión general (Khan y col. 1979) que en los animales adaptados a condiciones desérticas, la disminución en la tasa de filtración glomerular es una de sus principales estrategias para combatir la amenaza de la deshidratación corporal, durante los períodos de agua insuficiente.

En estos casos de restricción aguda de agua la eficiencia de funcionamiento de cier­tos progresos homeostáticos se pone de ma­nifiesto por el aumento de la concentración

de ion sodio en el reducido volumen de orina. La sangre presenta una constancia en la concentración de ese mismo elemento, que se cree posible por una disminución gradual de sodio en los eritrocitos (Khan y col. 1978), manteniéndose la presión osmótica de la sangre por el aumento que experimentan las proteínas plasmáticas, especialmente la albúmina.

Merced a estos mecanismos la cabra puede en estos ambientes desérticos beber sólo una vez cada dos días y, en la pequeña cabra beduina negra (15 a 25 kg de peso vivo), que habita en los desiertos del próximo Oriente, no se advierte disminución en su producción de leche como consecuencia de la restricción de agua, lo que se atribuye a su alto contenido en agua corporal. Cuando nuevamente tiene libre acceso al agua recupera su estado normal de hidratación y la repetición de la carencia no influye tampoco en su producción (Shkolnik y col. 1980).

Esta tolerancia a los ambientes con insuficiencia de agua, circunstancia que no logra disminuir su producción de leche, parece también deberse a su capacidad de no disminuir su ingesta frente a altas temperaturas, con el consiguiente alto rendimiento en agua metabólica (Schoen, 1968), lo que, junto a su mínima pérdida por evaporación y orina, hace posible estos resultados.

Las cabras al igual que las ovejas pueden sobrevivir con un 1,3 - 1,5% de NaCI en el agua de bebida, mientras que en el bovino y el cerdo el límite fisiológico es un 1% (Mount, 1979).

Según French (1970), las cabras tienen un recambio hídrico ligeramente superior al camello a 37° C, siendo los valores comparativos los siguientes: camellos 185 ml/kg 0.82/24 horas, cabras 188, ovejas 197 y ganado vacuno 347 ml.

En los rumiantes existe una relación muy estrecha entre la ingestión de agua y la digestibilidad de la sustancia seca, lo que hace lógico pensar que esta ingesta pequeña, si bien puede provocar una disminución en el consumo de sustancia seca, aumentará su digestibilidad, así como la de la fracción de fibra bruta. Al disminuir el agua consumida se retarda el tiempo de paso de los alimentos por el tracto digestivo, resultando una excréciòn de heces más secas y un efecto favora­ble sobre los procesos de absorción (French, 1970).

Con relación a estos parámetros que indican la capacidad digestiva o metabólica de las razas de las zonas áridas frente a otras, en las circunstancias extremas de sus ambientes naturales, se ha visto una mayor digestibilidad de la energía bruta y constancia en la cantidad de nitrógeno de la urea eliminado por orina de las cabras de raza Beduina frente a las de raza Saanen (Silanikove y col. 1980).­

ZONA DE TERMONEUTRALIDAD DE LA CABRA

La posición de la zona de termoneutralidad sobre una escala de temperaturas ambientales condiciona, para una especie, su productividad. Esta zona no es fija sino que viene determinada tanto por factores nutricionales como ambientales. Por debajo de la zona de termoneutralidad parte del calor que se produce con niveles altos de ingesta, se utiliza para compensar la mayor necesidad de él para termorregular.

Cuando mayor es el nivel de alimentación, mayor es el grado que estas necesidades pueden satisfacerse por el calor producido, lo que origina el efecto de bajar la temperatura crítica inferior del animal. Con temperaturas elevadas, el mayor calor producido con niveles altos de ingesta, no es necesario para termorregular y tiene que ser disipado, aumentando la pérdida de calor, lo que origina una bajada en la temperatura crítica superior.

Con niveles pobres de alimentación y temperaturas bajas, al disponerse de poco extra­calor para termorregular, el animal lo obtiene por otros mecanismos de termogénesis, la producción de calor aumenta y la temperatura crítica inferior sube. Con el mismo nivel bajo de alimentación y temperaturas elevadas, el calor que es necesario disipar es menor, lo que hace que el extremo superior de la zona de termo neutralidad se aleje. Con otras palabras, la zona de termoneutralidad queda determinada según el nivel de alimentación y, por tanto, la respuesta del animal al ambiente puede modificarse por la ingesta de alimento.

A un nivel dado de alimentación, la temperatura ambiental es la que hace que se está o no en la zona óptima de retención, fuera de ella las necesidades para termorregular aumentan y la producción disminuye.

Estas simples consideraciones ponen clara­mente de manifiesto el interés de manejar el concepto de nivel de alimentación y temperatura ambiental para establecer su importancia en la determinación y fijación de la zona de termoneutralidad, y la necesidad de citar el nivel de ingesta suministrado al indicar la zona de termo neutralidad de un animal (Close, 1980).

A este respecto, es absolutamente insufi­ciente la información precisa de que se dispone sobre la cabra. Dukes, (1962) señala como zona de termoneutralidad para esta especie, a partir de datos de su metabolismo en ayunas, la situada entre 20-28ºC. Ap­pleman y Delouche (1958), observan como la cabra Nubia, cuando se sitúa entre 0 y 40ºC, muestra un consumo máximo de alimento de 0-10ºC, siendo la ingesta de agua más alta a los 35ºC. Parece que por encima de los 10ºC no necesita ingerir más para termorregularse y que pasados los 35ºC el mantenimiento de la ingesta de agua indicaría un límite de temperatura en la que la termolisis por evaporación llegaría a un máximo. De 35 a 40ºC necesitaría de otros mecanismos termorreguladores. Su zona de termo neutralidad estaría así situada, con alimentación 'ad libitum', de 0ºC o quizás más baja temperatura, a alguna ante­rior a 35º.

Normalmente el aumento de temperatura ambiental logra subir la rectal de estos animales, cuando aquella sobrepasa los 30ºC en los países de zona templada y los 33ºC en los trópicos (French, 1970).

TERMOLABILIDAD

Uno de los mecanismos usados incluso por algunos mamíferos para defenderse de las condiciones térmicas es cambiar estacionalmente de homeotermos a poiquilotermos, abandonando temporalmente el control más fino de temperatura interna; es el caso de la hibernación. Hace algunos años Bligh y Har­thoorn (1965) observaron en el camello que habita las zonas calurosas y desérticas del Norte de Africa una variación durante las 24 horas del día de su temperatura corporal bastante mayor que la de otros mamíferos que conviven con él. Presenta una subida diurna y caída nocturna claramente conveniente para el ambiente en que vive.

Estos animales usan su cuerpo como con­densadores de calor, almacenando el absorbido o producido durante el día, perdiéndolo por radiación durante las noches mucho más frías. Esta facultad de ajustar dentro del día la temperatura corporal a la del ambiente, es lo que se llama termolabilidad y heterotermos a los mamíferos que la presentan (Bligh y col. 1976). A este respecto se han iniciado una serie de investigaciones con el fin de detectar en distintas comunidades animales, individuos con esta propiedad, entre los cua­les ha sido seleccionada la cabra (Johnson, 1971).

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